miércoles, 16 de abril de 2014

Capítulo 3



El despertador sonó a las ocho de la mañana. Abrí los ojos con lentitud deseando quedarme en la cama calentita bajo las sábanas, pero me esperaba mi trabajo, mi primer trabajo. Miré por la ventana y ¡oh!, ¡estaba nevando! Sonreí. Me encantaba la nieve.
Me levanté y lo primero que vi fue una especie de nido de pájaros en mi cabeza, mi pelo era devastador, ¿qué haré con él, dios mío? Me fui al baño a tomar una ducha cuanto antes para deshacer ese estropicio. Media hora después volví a la habitación para vestirme y poder maquillarme un poco. Sí, ya sé que no era una de mis características pero, ¿es por mi trabajo, vale? Además sólo era un poco de maquillaje, una raya en los ojos y colorete. Lista.

Bajé a la cocina y mis padres se quedaron con cara sorprendida por mi atuendo.

-Hija, ¿Por qué te vistes así? – dice mi madre con los ojos muy abiertos.
-No lo conté ayer pero me han contratado en la biblioteca del instituto, ya sabéis, para trabajar allí. – contesto esperando sus reacciones.
-Oh, me parece genial, hija, adentrándote en el mundo laboral. – dice mi padre volviendo su mirada al periódico.
-Laura, ¿no interferirá en tus estudios, verdad? – dice mi madre con gran preocupación.
-Qué va, mamá, está todo controlado. Iré por las tardes y nada más, además me darán un salario y todo, podré adquirir experiencia.
-Bueno, espero que sea así, ¿tortitas y bacon? – dice mi madre sonriente. ¡Uf! Prueba superada pienso.

El centro de la ciudad se encontraba más o menos a media hora andando, pero con la nieve iba a tardar mucho más por lo que decidí coger el autobús. Mientras contemplaba la ciudad cubierta de nieve, a medida que pasaban los minutos, iba poniéndome más nerviosa, era inevitable.

Al bajarme en la parada del centro, vislumbré el gran edificio Vatimber, era majestuoso. ¿Realmente todo era suyo?  Agité mi cabeza para que esos pensamientos se me borrasen de la mente. Respiré hondo y entré por una puerta de cristal.

Mis ojos se abrieron completamente al ver aquella recepción tan impresionante de última generación. El suelo y las paredes combinaban el blanco y plateado pero los muebles y artilugios eran negros. Estaba sobre una gran alfombra con un dibujo abstracto en blanco y negro. Levanté la cabeza y vi a la derecha una gran pantalla de plasma que ponía varias imagénes repetitivas. También había varios sillones de cuero negro y una pequeña mesa de cristal sobre la que reposaban revistas. A la izquierda estaba el mostrador de recepción. Dos chicas, una rubia y la otra pelirroja llevaban unos auriculares con micrófono y no paraban de hablar por él, atendiendo llamadas diría yo.  No me había percatado aún que a ambos lados había dos guardias muy altos y fornidos, los cuales no se movían de su sitio.

Cuando por fin pude mandar una señal de mi cerebro a mis músculos, comencé a andar y me dirigí a recepción. La chica rubia me sonrió.

-¿Qué desea?
-Hola, ee… quería ver al señor Stanford, Michael Stanford, creo que tengo una cita con él. – dije en voz baja.
-¿Cuál es su nombre, por favor?
-Laura. Laura Stevens.
-¡Oh si! Tiene una cita señorita Stevens. El mismo señor Stanford me pidió que en cuanto llegase la enviase a su despacho. Planta 24. El ascensor está al fondo a la derecha. – vuelve a sonreír.
-Muchas gracias.

Me giré y me dirigí al ascensor. Estaba abrumada por la inmensidad de este edifcio y la profesionalidad de los trabajadores que no sabía si encajaría aquí.
Después de coger el ascensor, en la planta 24, creía haber vuelto atrás. Era blanca, plateada y con muebles negros, aunque poseía varias macetas para hacerlo más acogedora.
De nuevo había otra recepción con dos chicas rubias, igual vestidas con los mismos auriculares.

-¿Qué desea?
-Hola, soy Laura Stevens, vengo a la cita con el señor Stanford.
-Desde luego, señorita Stevens, pasé al fondo, es la puerta roja.

De nuevo me encamino por el pasillo largo que tiene muchas puertas a los lados, otros despachos parece que son. Conforme me voy acercando respiro más hondo intentando parecer tranquila, pero dudo que lo pueda conseguir. Me quitó el abrigo y lo pongo bajo el brazo, junto con un maletín que había llevado por si acaso para tomar notas.
Llamo y abro la puerta. Aquel despacho no era como el resto del edifcio. El suelo era de madera, las paredes eran de color crema. Al fondo había un escritorio de cristal con un ordenador de última generación. A la derecha, de nuevo había una gran televisión con varios sillones de cuero blanco y una pequeña mesita de cristal. Y a la izquierda había una mesa redonda con sillas para diez personas. Aquel despacho era inmenso, y luminoso, ya que toda la pared del fondo era una cristalera completamente.

Michael estaba allí sentado hablando por teléfono. Pero cuando me vió entrar colgó inmediatamente, se levantó y se abrochó un botón de su chaqueta. Llevaba esta vez un traje de chaqueta azul marino, camisa azul cielo y la corbata a juego con el traje, sencillamente estaba espléndido. Cerré la puerta tras de mí, me dispuse a andar hacia el escritorio pero de pronto se me cayó el abrigo y el maletín. Se había quedado enganchado el abrigo en la puerta y, evidentemente, no podía avanzar con él. Me quedé horrorizada por mi entrada, mi cara se puso como un tomate, pero entonces, aparece a mi lado Michael agachándose echándome una mano. Le miré y tragué saliva instintivamente.

-¿Estás bien, Laura? Casi te caes, espero que no te hayas hecho daño. – dice preocupado.
-Si, sí, lo siento. Ha sido culpa mía, soy una patosa. Lo siento señor Stanford, no volverá a pasar. – digo rapidamente sin pensar. Entonces me dí cuenta que sus ojos eran de un azul cielo increíblemente precioso. Nunca había visto unos ojos de un color tan intenso.

-No te disculpes, Laura, estas cosas suelen ocurrir, no tienes que pedir perdón por ello. Pero me gustaría que en un futuro, a partir de ahora, tuvieras más cuidado, no quiero que te pase nada. – dice sonriente pero con tono autoritario.
-Desde luego, señor, tendré cuidado.
-Mientras estés conmigo a solas me puedes llamar Michael o Mike ya lo sabes. Delante de los demás puedes llamarme como quieras, quizás suene más profesional lo de señor si quieres, como te plazca. – me guiña un ojo.

¡Dios mío mantente consciente! Te ha guiñado un ojo, uf…respira…

-Sí, Michael. – digo entrecortadamente. Aparte de sus ojos me había dado cuenta que olía a dioses, me encantaba, me envolvía completamente y sólo quería mantenerme cerca de él para poseer su aroma.

Los dos nos levantamos y nos sentamos en los sillones donde estaba la televisión.

-¿Quieres beber o comer algo? – me ofrece.
-Eh, no, acabo de desayunar, gracias.
-Mis asistentes no te lo han ofrecido, ¿verdad?
-Pues no, creo que no. – intento recordar rapidamente.
-Vaya, les tendré que hablar seriamente.
-Oh, no te preocupes, estoy bien.
-Si, pero me gusta ser correcto con mis visitantes, y más si son importantes como tú. – me sonríe.

¡Dios, qué tortura, quiero abrazar a este hombre! Es perfecto.

-Bien, comencemos. Aquí tienes el contrato laboral del que te hablé. Espero que te parezca razonable y sea de tu gusto.
-No entiendo casi nada sobre contratos, pero espero que no me times. – digo de broma.
-Oh, señorita Stevens, nunca te haría semejante cosa. – Me dice dulcemente – te ayudaré a entenderlo. Verás, básicamente es un contrato hasta final de curso. Trabajarás de lunes a viernes por las tardes de tres a seis. Los fines de semana en principio los tendrás libres excepto a petición mía si te necesito, ¿de acuerdo?
-Sí, de acuerdo.
-Bien. Te pagaré dos mil dólares al mes o quinientos dólares a la semana, como te venga mejor cobrar.
-¡¡Dos mil dólares!! ¿Tanto dinero? Si sólo sería como una becaria. – digo casi con voz chillona.
-Laura, he de decirte que soy un hombre inmensamente rico, no tienes que preocuparte por tu salario, quiero pagarte bien. – dice en tono tranquilizador.
-Aún así me parece muchísimo, no sé si podría aceptar tanto.
-Tienes que aceptarlo si trabajas para mi, Laura. Por favor. – dice suplicante.
-De acuerdo, sí.
-Genial. – Sonríe- El trabajo ya lo irás aprendiendo, pero básicamente es lo que te dije, redactar y enviar informes. Quizás te pida alguna cosa más, pero si te pido algo que no sea lo pactado yo te ayudaré para que aprendas.
-Entiendo, sí, razonable. –digo asintiendo.
-Y bueno, quiero hacerte entrega de unas llaves de un coche. Tendrás coche de empresa.

Mi boca se abre en una O. No puede ser, ¿un coche? ¿Qué demonios está pasando? ¿No es eso demasiado? Bueno, nunca he trabajado para nadie, no sé si es demasiado o no pero ¿para mí? Oh si, es demasiado.

-Eso sí que no puedo aceptarlo, señor…Michael.
-Debes hacerlo. ¿Has visto el tiempo que hace hoy? ¿Cómo has venido hasta aquí?
-En autobús. – respondo.
-¿Ves? Necesito que tengas tu propio transporte y no dependas de nada. No quiero que llegues tarde.
-Hoy no he llegado tarde. – contesto.
-Ya, pero los transportes urbanos tardan más que teniendo tu propio vehículo. Puedes cogerlo a la hora que quieras.
-No sé Michael, me parece demasiado… - dudo completamente.
-Vamos Laura, por favor, hazlo por mí. No quiero que…no quiero que mis empleados no estén bien atendidos. Por favor. – recalca.
-Está bien, pero no pienso aceptar nada más y esto es sólo un préstamo. – accedo no de muy buena gana.
-¡Bien! Aunque…te tengo que dar un teléfono de empresa, ya sabes, por si tengo que comunicarme contigo para que me soluciones algunos asuntos y un portatil, por si no puedes venir aquí que me lo puedas hacer desde donde estés.

¿Será posible? ¿Cómo voy a llevar todo eso a casa? ¿Qué dirán mis padres si lo ven?

-Sí, de acuerdo, pero por favor, deje de darme cosas, señor…Michael. Sinceramente creo que esto es demasiado para mí. De por sí el trabajo ya lo es. Me siento muy afortunada por haberlo conseguido, pero todos estos suplementos…creo que son demasiado para mí, de verdad.
-Sé que piensas eso, Laura, pero necesito tener a mis empleados a cualquier hora del día para cualquier problema, eso es todo. – comenta con autoridad. No me atrevo a decirle que no a esto por ser sus condiciones de trabajo, pero no pienso acceder a nada más que sea tan escandaloso.
-Lo entiendo, sí, firmaré.
-Bien, aquí tienes.

Firmo con su bolígrafo en los papeles, miro la hora y me voy cuenta que han pasado casi dos horas desde que llegué. ¿Tan rápido se me pasa el tiempo junto a este hombre?

-Laura, tu despacho está por aquí. – me señala hacia la parte izquierda del despacho. Al lado de la mesa redonda con las diez sillas hay una puerta de madera. Pasamos a través de ella y vemos otro despacho, no tan grande como el suyo, pero también perfectamente amueblado. De nuevo el suelo es de madera, las paredes son de color salmón, y la cristalera del fondo sigue permitiendo la entrada de muchísima luminosidad. A ambos lados hay estanterías de roble oscuras, una mesa con un ordenador y dos sillas en frente para que se sienten las visitas. Aunque también hay un par de sillones al fondo con unas revistas para esperar o descansar.

-¡Guau! ¡Esto es de primera! – digo impresionada.
-¿Te gusta?
-Sí, por supuesto que sí, me encanta. Me esperaba un cubículo o un pequeño armario sin ventanas, la verdad. – comento chistosa.
-¿Creías que te trataría tan mal? – dice arqueando las cejas, incrédulo.
-Oh, no, no, solo que me esperaba algo más modesto, más de mi posición.
-¿Más de tu posición?
-Sí, al no tener experiencia ni nada parecido creia que sera como el último eslabón de tu empresa. – digo sin dejar de mirar el despacho.
-Tú no eres el último eslabón, Laura, de hecho vas a ser mi mano derecha, así que te quiero muy cerca de mí. Eres mejor de lo que crees, te lo aseguro.

Sus cumplidos me derriten. ¿Cómo puede tener el poder este hombre de hacerme esto con sólo decir unas palabras? Es increíble. Me rindo ante él.

-¿Vamos a almorzar? Seguro que tienes hambre, además quiero que te alimentes bien. –sonríe.
-Claro, ¿a dónde vamos?
-Tú déjame que yo te lleve. – dice con una sonrisa pícara.

¿En serio es mi jefe? Cualquiera lo diría. Parece más un amigo de toda la vida por cómo nos hablamos. Es más no parece ni multimillonario de no ser por su pedazo de edifcio y sus… ¡oh! Sus coches… ¡Deben de ser carísimos! El garaje del edificio era inmenso pero tenía reservadas varias plazas a su nombre, en las cuales había varios coches también. Alzó la mano con unas llaves y un coche sonó junto con unas luces naranjas. Caminamos hacia él y veo que es un BMW X3. No parece caro pero seguro que lo es y más sabiendo que al lado había un Ferrari de color rojo.
Nos subimos al coche y me obliga a ponerme el cinturón de seguridad.

-Laura, por favor, nunca te olvides de ponértelo, ¿vale? No quiero que te pase nada.
-Descuida, siempre lo hago. – sonrío.

Arranca y me dejo llevar por él, ¿a dónde me llevará? Sólo la idea de depender de él en este momento, de saber qué me depara, me hace estremecer. Me encantaría ser un par de años más mayor y ser multimillonaria, sin duda me lanzaría sobre él. Aunque bueno, a pesar de tener dos años más y tener mucho más dinero, seguiría siendo un poco insegura conmigo misma sobre los chicos. Me gustan los chicos, sí, pero nunca he tenido ninguna relación larga, sólo un par de rollos con un par de ellos, nada serio. Supongo que aún no he encontrado al chico que me haga soñar con algo más, que me enamore y que sienta que soy especial.

Embobada en mis pensamientos no me doy cuenta que ya hemos llegado a nuestro destino. ¿Qué es esto?

-Bienvenida, es el Rivera, restaurante de comida española.
-¿Española? Nunca he comido  de eso. – digo intrigada.
-Te gustará, ven conmigo. – andamos mientras me coje de la cintura para que vaya a su lado. No puedo evitar sentir una descarga eléctrica por mi cuerpo cuando me ha tocado.

Al entrar veo que el suelo es mármol, hay una barra con taburetes a lo largo de la misma a la izquierda y a la derecha hay varias mesas con sillas. Nos acercamos a un atril de madera donde había un chico moreno, alto y delgado hablando por teléfono.

-Mesa para dos por favor, soy Michael Stanford. – suelta repentinamente Mike al chico, quien se queda pasmado y cualga inmediatamente el teléfono.
-Claro, señor Stanford, sígame. – dice el chico sonriendo aunque a la vez tembloroso.
 Caminamos tras él por todo el restaurante, pero vemos que nos lleva al final, donde hay una gran cortina con tiras de pedrería de color rojo muy bonita. Hay un salón privado con varias mesas. Ahí deben de comer las personas con más influencia.
El camarero nos señala una mesa y nos sentamos en ella. Estamos completamente solos en aquella sala. En el resto del restaurante había gente pero aquí nadie más que nosotros, cosa que me pone nerviosa y hace que mis mejillas se sonrojen. Estar sola con este hombre es estar en el paraíso.

-Póngame dos copas de vino de Theopetra Estate Rosé del 2011, por favor. – dice Michael.
-Los vinos de esa calidad sólo lo servimos en botella, tendría que comprarla entera. – dice el camarero.
-Sí, por supuesto, una botella por favor.

¿Una botella? Si yo no puedo beber, soy menor de edad aún.

-No sé si te has percatado pero, soy menor de edad, ¿para qué pides dos copas? – digo con curiosidad.
-Oh, no recordaba que tenías menos de 21 años, discúlpame Laura. Suelo comer con gente más mayor que yo y siempre pido vino, a veces cerveza y otras algún cocktail. Perdóname, ¿qué quieres beber?
-No pasa nada. Pues una Coca-cola estará bien.

Cuando el camarero vuelve con la botella de vino metida en un cubo de plata con hielo, Michael le pide mi Cocacola y la comida que vamos a comer.

-¿Por qué pides por mí? – espeto.
-Porque no conoces este lugar y sé lo que te puede gustar, o lo que es mejor de este lugar.
-Preferiría comprobarlo por mí misma, gracias.
-Como gustes, ¡camarero!

El camarero viene inmediatamente a nuestra mesa. Frunzo el ceño y miro la carta.

-La señorita quería pedir algo más. – dice Michael.
-Eh si, eh…quiero… ¿piquillos rellenos? Y eh…jamón ibérico. Muchas gracias.
-Enseguida lo traigo. – dice el camarero mientras se marcha.
-¿Sabes lo que has pedido? – dice sonriente Michael.
-Pues no, pero es bueno probar cosas nuevas, ¿no?
-Si, sí, desde luego. – y se ríe.
-¿De qué te ríes? – digo arrugando la frente.
-Eres distinta a los demás, ¿lo sabías? Estar contigo hace que me sienta relajado, ser yo mismo y eso no lo había conseguido con nadie, nunca. – dice mientras me coje la mano. Yo siento un escalofrío por toda la columna, empiezo a sudar y a sentir que la cara se pone roja.
-Eh, no, no lo sabía, pero seguramente sea porque me conoces poco, más adelante verás que soy de lo más normal, en serio. – respondo de la manera más natural posible.
-No, no lo creo, Laura. El día del discurso en el instituto, tu manera de hablar conmigo como si no te importase nada lo que yo fuera, fue algo extraordinario. No creía posible encontrar a alguien así. – me dice mientras agarra más fuerte mi mano sudorosa. ¡No puedo pensar con claridad!
-Bueno, si es lo que piensas, podremos ser buenos amigos. – le sonrío tímidamente.
-Sí, eh, sí, bueno amigos sería lo correcto. – murmura soltando mi mano. ¡No, la quiero de vuelta!

La comida que pedí era horrible, era muchísimo mejor la que Michael había pedido pero me la comí sin rechistar, ya que no quería que se regocijara sobre mi elección.
Michael se quedó el resto de la comida muy pensativo pero no le pregunté sobre ello ya que pensé que serían cosas del trabajo.

-Muy rico almuerzo señor Stanford. – digo alegremente.
-Oh, desde luego Laura, me ha gustado tu compañía, espero repetir. – sonríe.
-Sí, a mí también me ha gustado mucho, cuando quiera.
-Venga, te llevaré de vuelta al Vatimber. Te llevaría a casa pero he de darte tu nuevo coche.

¡Mi coche! No podía creerlo. Tenía carnet pero casi nunca cogía el coche de mi padre. Supongo que les diré a mis padres que era el coche viejo de Charlotte y me lo ha dejado a mí hasta final de curso.

De vuelta al edificio, aparcamos en el garaje. Michael me abrió la puerta del coche para salir, sacó unas llaves de su bolsillo, las presionó y un sonido rebotaba en las paredes.

-Éste es tu coche. Un Mazda 3 sedan. No sabía qué color escoger asique elegí el rojo, espero que te guste. – me tiende las llaves para que las coja.
-¿Bromeas? ¡Es perfecto! Jamás había tenido coche y mucho menos uno nuevo, ¡muchísimas gracias, Mike! – le digo abrazándolo.

Él se sorprendió que le abrazase pero me rodeó con sus brazos. En ese momento no me daba cuenta por la emoción del coche pero segundos después, sentí el calor de sus brazos contra mi cuerpo, era muy placentero, me sentía muy arropada. Comencé a ronsojarme y le solté mientras miraba al suelo avergonzada.

-Eh, bueno, debo volver a casa señor, nos veremos el lunes después de clase.
-Eso espero, Laura. Que tengas un buen fin de semana. – sonríe Michael tendiéndome la mano.
-Lo mismo digo, señor. – alargo la mano y se la estrecho. Los dos sonreímos pero me doy la vuelta rapidamente pensando ¿Qué demonios hago abrazándole? Debo de dejar de parecer una cría.

Me monto en el nuevo coche, salgo de allí dejando la figura de Michael Stanford en el garaje mirando como me alejo y vuelvo a casa. Esperaba que mis padres se tragasen que fuera el coche de Charlotte, aunque no era muy viejo que digamos.
Había parado de nevar por suerte porque no llevaba unas correas para los neumáticos y podía patinarme el coche. Aparqué delante de casa y recé para que mis padres no hicieran demasiadas preguntas.

-¡Hola a todos! – dije buscando a alguien.
-¡Hola Laura, estamos viendo una película! – dice mi padre.
-¿Qué veis?
-Pues hemos puesto Memorias de una Geisha, ¿te apetece verla? – pregunta mi madre.
-Oh, claro. Es una gran peli. - Digo tumbándome en el sofá – por cierto, Charlotte me ha dejado uno de sus coches antiguos, parece nuevo en realidad, pero le han comprado otro asique me lo deja hasta final de curso, por si me veis conducir y eso no os asusteis. – digo esperando una respuesta.
-¿En serio? Vaya, cada día me sorprendo más por el dinero que tienen los Sullivan. – comenta mi padre sin dejar de ver la película.

Mi madre no había dicho nada, simplemente se dedicó a ver la película. Realmente si le preocupase me lo habría dicho, asíque di por zanjado el asunto del coche que era lo más preocupante. Sobre el portatil y el móvil podría encargarme pasados unos días. Aún no sabría qué decir a eso pero probablemente diría que es un préstamo de Charlotte para un proyecto de final de curso. A todo esto debería llamar a Charlotte para contarle la mentira que dije a mis padres, por si ellos le preguntaban que no terminásemos en un lío.