lunes, 14 de abril de 2014

Capítulo 1



                                                                               1



Las hojas de los árboles vuelven a ponerse verdes, síntoma de que la primavera vuelve a presentarse. Un viento suave mece cada una de las ramas de los árboles que se pueden ver desde la ventana de mi habitación.

Abro los ojos, me pesan los párpados después de que anoche me quedase leyendo un poco de literatura inglesa del siglo XIX.  No es que me guste especialmente, simplemente era para complementar aún más un trabajo del insituto que nos mandaron hace dos semanas.

Me levanto y me miro en el espejo que hay encima de la cómoda de mi habitación. ¡Dios mio!, pienso. No hay forma de manejar mi cabello. Haga lo que haga es como una fuerza de la naturaleza incontrolable.

Me consideraría una chica de lo más normal de no ser por mis ironías, sarcasmos y personalidad, pero en general sí, del montón. Mi pelo es largo, moreno y rizado, un rizado poco controlable he de decir, pero al menos pienso que es mejor que cualquier pelo liso sin vida como algunos que veo en el instituto. Mis ojos son marrones y grandes, aunque cuando me río se vuelven muy achinados. Y mi cara redonda a veces parece muy angelical, pero también he de reconocer que porque siempre sonrío. Soy una chica risueña.

Después de mirarme al espejo y evaluar los daños que el dormir ha causado en mi pelo, voy al baño a asearme para poder desayunar e ir al insituto. No suelo maquillarme porque pienso que realmente no lo necesito, aunque cuando salgo con mis amigos si que lo hago.

¿Qué puedo ponerme hoy?, es la cantinela de cada mañana que resuena en mi mente. Me gusta mi ropa, pero no tengo demasiada, quizás porque no suelo ir mucho de compras, me dedico más a leer, escribir, escuchar música… Asíque casi siempre voy con unos vaqueros, una camiseta y unas zapatillas. Es lo más típico de mí.

Una vez estoy preparada bajo a la cocina y me siento a la mesa junto con mi familia. Mi padre, Ray, está leyendo el periódico como cada mañana, mientras que sostiene una taza de café con la otra mano. Trabaja en la construcción de toda la vida, no es un puesto que le de mucho dinero, pero le gusta trabajar con sus manos. Mi madre, Miranda, está haciendo tortitas para desayunar. Le encanta cocinar y siempre quiere que la ayude para que así pueda yo adquirir algo de conocimientos culinarios. Cuando se casó con mi padre trabajaba como secretaria en una empresa de marketing, pero cuando se quedó embarazada de mi hermano Kyle, dejó su puesto y desde entonces ha sido ama de casa. Kyle es mi hermano mayor, está estudiando en la universidad de California la carrera de arquitectura y le va bien en su segundo año. Kyle es muy bromista y a veces muy protector conmigo, y me hace rabiar mucho pero siempre sabemos que en el fondo es broma y sabemos que nos queremos.
Esa es mi familia, una modesta familia que vive en la avenida Arlington, en Los Ángeles. Tenemos una casita perfecta para nosotros, no es muy grande pero nos sirve.

-¡Tortitas recién hechas! – dice mi madre contenta mientras se acerca con un gran plato hacia la mesa.
-Gracias mamá – le sonrío, como muestra de agradecimiento.

Mientras comemos mi madre siempre es la que habla y pregunta, y siempre le dice a mi padre que deje de leer el periódico para tener momentos en familia.

-Ray, por favor, estamos comiendo en familia, déjalo para después. –dice mi madre en tono serio.
-Lo siento cielo, se me olvidó. Es que no me dará tiempo a leerlo luego, ya sabes que casi siempre voy con la hora pegada al trabajo. Además estaba leyendo una noticia importante. – Se disculpa mi padre.
-Lo sé cariño, pero hay que dedicar tiempo a la familia. ¿Qué noticia es, si se puede saber?
-Pues pone en primera plana que el gran William Stanford va a venir a Los Ángeles a un congreso sobre medioambiente y que luego visitará colegios, asociaciones y orfanatos. Se dice que quiere celebrar aquí dentro de poco una gala benéfica para los más desfavorecidos. – explica mi padre.
-¿William Stanford? ¿El dueño de Stanford Indrustries? ¡Ese hombre tiene empresas por todo Estados Unidos y quiere ampliar su imperio hacia otros países! – comenta impresionado Kyle.
-¿Qué clase de negocios tiene? – pregunto.
-Pues desde cadenas de hoteles, restaurantes, tiendas… no sé la verdad, muchísimas cosas más. Es difícil saberlas porque de pronto está invirtiendo en algo diferente como comprando en la otra punta del mundo y adquiriendo propiedades. – me expica impresionado Kyle.
-Debe de ser muy rico. – dice mi madre.
-No sabes cuánto. – dice mi hermano.

De pronto suena el timbre de la puerta y en el momento ya sé quién es.

-Me voy a clase familia, Charlotte ya está aquí. – digo mientras me pongo la chaqueta y la mochila.
-Aprende mucho, cariño. Recuerda que sólo te quedan 5 meses para terminar el insituto e irte a la universidad, saca buenas notas. – relata mi madre.
-Si mamá, no te preocupes. Ya sabes que siempre las saco, no voy a cambiar ahora. Hasta la tarde. – digo mientras voy hacia la puerta para irme con Charlotte.

Hace un poco de aire frío, pero allí está Charlotte sin llevar abrigo, ni una chaqueta siquiera. Como siempre está radiante. La típica chica de la que se fija cualquier chico. Es rubia con el pelo largo y liso, pero no cualquier liso como el que no me gusta a mí, sino que tiene volumen y está cautelosamente peinado. Sorprendentemente no se le mueve ni un pelo con el viento, asíque pienso que se ha podido echar más laca de la necesaria. Sus ojos azules la hacen una chica ideal. Muchas veces le he tenido envidia, pero luego pienso que a todos nos ha tocado algo que nos hace especiales, asíque yo no tendré buen físico, pero me conformo con lo ingeniosa que es mi mente.

-¡Venga que llegamos tarde! – dice Charlotte histérica.
-Tranquila que llegaremos con tiempo de sobra. – digo sosegándola.

Charlotte ha sido mi amiga desde los tres años, justo cuando nos juntamos en el mismo colegio. Vive dos casas más allá de la mía, asíque siempre ha estado junto a mí. Sus padres son más adinerados que los míos y a pesar de vivir en la misma calle que yo, tienen una casa mucho mejor. Charlotte quiere ser periodista y, por ello, quiere estudiar en la universidad de Nueva York. Sus padres le van a comprar un apartamento allí para que pueda alojarse asíque a mí me intenta convencer cada día para que vaya con ella a estudiar a la gran manzana.

-Laura, ¿sabes ya a dónde te irás?
-No, Charlotte. Aunque sí he pedido la plaza para la misma universidad que tú, no sé si me cogerán. – digo en tono cansado.
-¡Seguro que te cogen! Tienes buenísimas notas, mejores que yo. Así que pronto nos iremos a vivir juntas, ¡es genial!

La verdad que me da igual una universidad que otra. Pero lo que realmente quiero es estudiar para convertirme en editora o escritora, eso sin dudarlo.

El instituto PointView se ve ya cerca. La entrada está llena de coches negros aparcados en fila, nunca había visto algo así aquí. ¿Qué está pasando?, fluye en mi cabeza pensante.

Charlotte y yo entramos en clase y nos sentamos. Se oye mucho ruido y voces de los pasillos. Pero pronto aparece el profesor Sprout, como siempre con su bata blanca, aunque no de ninguna asignatura de ciencias, sino lengua.

-¡Chicos, atendedme! – grita el profesor Sprout para que le atendamos. – Hemos sabido hace una hora escasa que hoy tenemos una gran visita al instituto. Es un hombre muy importante así que os pido POR FAVOR –enfatizando la palabra- que os portéis bien y estéis callados. Iremos al salón de actos para una charla con el señor Stanford. Luego iremos al patio para hacernos una foto con él y que desayune con nosotros y se irá. ¿De acuerdo? ¿Alguna pregunta? – dice nervioso.

Nadie dice nada asíque el profesor da por sabida la lección.
Así que William Stanford viene aquí, no pensaba que este instituto fuera tan importante, o que necesitara de fondos, como dijo mi padre, espero que no seamos desfavorecidos.
Nos levantamos todos y seguimos al profesor hasta el salón de actos. Allí nos sentamos cada uno en nuestro sitio esperando mientras hablamos.
De pronto, las luces se atenúan y los focos del escenario se encienden. El director Matthews, siempre en chaqueta, va andando decidido hasta el micrófono, carraspea un poco la garganta y habla.

-Alumnos y alumnas  de PointView, me complace informarles de que tenemos con nosotros al señor Stanford. Viene a hablarnos sombre un proyecto propio que lleva unos años preparando. Así pues, os dejo con el invitado, un aplauso.

Todos aplaudimos y vemos entrar a un hombre trajeado de color gris, con camisa blanca y corbata negra. Es muy joven para tener tantas empresas, tantos negocios, tanto dinero como dijo mi hermano. Su pelo es color cobrizo mezclado con ceniza, no lo tiene largo pero tampoco corto. Su nariz es perfectamente recta y su mandibula se le señala bastante. Tiene barba de un par de días pero está radiante. Todo él es radiante, hermoso. Su pose denota seguridad e inteligencia. Mientras se coloca el micrófono, muerde sus labios y se ve muy sexy. Nunca había visto a un hombre así, que sin decir nada dijera tanto. ¿En serio este bombonazo es William Stanford? Debería ser medio vejestorio para tener todo lo que posee. – piensa mi mente.

-Buenos días. Me llamo Michael Stanford. Todos me conoceréis por ser el hijo de William Stanford, por su imperio.

¡Asíque es su hijo! ¡Ya decía yo! ¡No puedo creer lo guapo que es! Mi mente se embelesa.

-Estoy hoy aquí para hablaros de mi proyecto. Llevo un par de años trabajando en él. Mi trabajo, por el cual también he amasado mi imperio, se basa en invertir para ayudar a empresas que están en auge para expandirlas. Claro está, hay muchas empresas en auge, no compro todas, sólo las que realmente me llenan y que pienso que podría ayudar mejor. Yo estudié en este instituto. Sé que muchos de vosotros no lo creeríais porque vengo de una familia adinerada, pero pedí estudiar aquí porque pienso que las escuelas públicas son casi igual de buenas que las privadas. Por ello, quiero invertir en muchas instituciones educativas para poder mejorarlas y que sean gratuitas.-

Todos rompen en un estruendoso aplauso. No pensaba que este hombre fuera tan generoso. Aunque algo tendrá que ganar con todo esto, pero el que sea pública una buena enseñanza es realmente beneficioso.
Después de su discurso, el director le da la mano y se lo lleva consigo.
El profesor Sprout nos hace unas señas para que le sigamos hacia el patio. Una vez allí hay un par de mesas muy largas con bebida y varias cosas para desayunar. Yo simplemente me cojo un batido de vainilla y me quedo con Charlotte y nuestro amigo Kevin.

-¿Dónde estabas? – le pregunta Charlotte.
-Acabo de llegar, estaba en el médico, por eso no me habéis visto en clase, pero he llegado a tiempo para escuchar a este hombre. – responde Kevin mientras se come unas pastas.
-Vaya, pensaba que vendría su padre. Mi padre me ha comentado esta mañana que visitaba William Stanford la ciudad. – digo informando.
-Tendrá más cosas que hacer. – dice Charlotte.

Entonces, el director Matthews se pone a mi lado y me mira.

-¿Laura Stevens? – pregunta demasiado sonriente.
-Sí, soy yo. – digo asustada.
-Me gustaría que vinieras conmigo para presentarle al señor Stanford. Quiero que una gran alumna con buenas notas hable con él un poco para que vea que aún tenemos buen nivel. – dice medio rogando.
-De acuerdo, iré. – sigo al director mientras pienso qué le voy a decir a ese hombre tan perfecto…

Nos acercamos a un corro donde están todos los profesores y el director carraspea de nuevo para que todos le atiendan.
-Señores, señor Stanford, ésta es Laura Stevens, una buena alumna del instituto.
-Buenos días a todos. – digo en voz baja asustada.
-Señorita Stevens, díganos qué piensa de las asignaturas del instituto en general. – dice el director.
-Bueno…eh…el instituto no está mal. Posee las instalaciones necesarias para que podamos desarrollar nuestras aptitudes. Podemos practicar varios deportes gracias a la zona deportiva, aunque vendrían bien unos nuevos ordenadores y proyectores, se han quedado un poco anticuados y dan muchos problemas. En relación a las asignaturas, pienso que se podría tener más nivel, exigir más y que nos ofrecieran una variedad más amplica de asignaturas para escoger…
De pronto, la profesora de matemáticas, critica todo lo que he dicho y todos los profesores empiezan un gran debate, incluído el director.
Michael Stanford se queda fuera del círculo mirándolos con una sonrisa torcida en su boca, cosa que le hace irresistible. Entonces me mira y me pongo roja. Lo primero que hago es juntar las manos y mirar hacia abajo ruborizada. Noto que se me acerca y mi corazón empieza a palpitar descontroladamente.

-Creo que ha dado en la llaga, señorita Stevens. – dice sonriente sosteniendo una taza de café.
-Llámeme Laura. Y sí, eso parece…aunque no quería provocar esto. – digo disculpándome.
-No pasa nada, es lo más gracioso que he visto en días. – me dice con gracia.
-Pues si esto es lo más gracioso que ha visto en días…debe de ser muy aburrida su vida, señor. – digo sin pensar.

Michael se queda perplejo mirándome, su sonrisa se ha borrado. Automáticamente pienso en lo que he dicho, ¿Estás tonta, Laura? ¿Cómo le dices eso a un hombre tan espectacular?
Pero entonces Michael suelta una carcajada, un sonido celestial que me alegra oír.

-¡Ja! Segunda cosa graciosa que escucho en días, jaja. Eres directa, ¿eh Laura? Veo que tienes agallas. – dice volviendo a sonreír.
-Lo siento, no pensé lo que decía.
-No te disculpes. Me alegra que no tengas tapujos conmigo. El resto de la gente salvo mi familia me trata como un rey, cosa que a veces cansa mucho. De hecho hace bastante que no hablo así normal con nadie.
-Pues yo hablo así siempre, señor, puede hablar conmigo cuando quiera. – digo ruborizándome.
-Me encantará hacerlo, Laura.
-¿De verdad invertirá en nuestro instituto? – pregunto cambiando de tema. Estaba ya demasiado nerviosa pensando en su frase “me encantará hacerlo, Laura”.
-Pues sí, quiero mejorar el plan de estudios. Como bien has dicho necesitáis más nivel, asíque podremos contratar más profesores para que tengáis más variedad y aprendáis más. – me explica.
-Me parece genial, señor.
-No me llames señor, Laura, prefiero que me llames Michael o Mike.
-Vale, Michael. ¿Cuántos años tienes?  - vuelvo a preguntar sin pensar, así que mis mejillas se tornan rojas de nuevo.
-Jajaja, pues tengo 22 años, Laura, ¿cuántos me echabas?  - se ríe.
-Al principio creía que el que venía era su padre, y pensé en cómo alguien tan joven podría tener tanto imperio.
-Bueno, mi padre no es que no haya podido venir, simplemente este es mi proyecto, por eso he venido yo. Y sí, mi padre tiene un gran imperio, pero yo también poseo el mío, casi tan grande como el suyo, cosa que dentro de poco tendré más que él.
-Impresionante. ¿Y has estudiado o cómo lo has hecho? – pregunto intrigada.
-Es usted muy curiosa señorita Stevens…
-Oh, lo siento señor Stanford, no pretendía intimidarle ni agobiarle. – me disculpo
-¿Y usted qué edad tiene? ¿Qué va a estudiar?
-¿Yo no puedo preguntárselo a usted pero en cambio usted a mí sí? – pregunto.
-Vaya, punto para usted, Laura, touché.
-Se lo diré pero…me debe una respuesta también. Tengo 17 años, cumpliré 18 dentro de un mes, el 15 de Abril justamente. Y quiero estudiar para convertirme en editora o escritora. No sé aún a qué universidad iré, pero me da igual.

Entonces volvió el director Matthews repentinamente, con cara de culpabilidad por haber dejado al gran invitado solo con una alumna sin prestarle atención.

-Bueno, creo que la hora del desayuno terminó, ¿se quiere hacer una foto con la señorita Stevens, señor Stanford? – pregunta el director.
-Será un honor, me ha encantado esta chica. – comenta Michael.

Así pues el fotógrafo nos dice que nos juntemos para la foto. Michael me coje de la cintura y me lleva hacia él. Casi puedo notar su respiración. Huele fenomenalmente bien, me derrito ante este hombre definitivamente.

Una vez hecha la foto, la cual no creo que haya salido bien, nos vuelven a hacer otra foto, pero esta vez todos los que estábamos allí. Poco después, Michael se despide de los profesores y vuelve hacia mí.

-Encantado de conocerla, Laura. – me dice con una gran sonrisa.
-Encantada igualmente, Michael. – digo ruborizándome.
-Espero verla pronto, me ha gustado hablar contigo.
-Eso espero, a mí tambien. – termino de decir y mi corazón late a mil por hora. Me tiende la mano, la cual yo cojo para despedirnos. Su mano es suave y grande, no está sudada como la mía por los nervios, pero noto su calidez, me encanta.

Michael se da la vuelta después de una última sonrisa y desaparece con su guardaespaldas.
No podía creer que aquel hombre me hiciera sentir eso con sólo hablarle. Es más, no podía creer que me dijera que le había encantado conocerme y hablar conmigo. Él, un hombre de negocios internacional y yo, una simple estudiante de instituto, ¿quién lo iba a decir? No podía gustarme ese hombre de ninguna manera, estaba prohibido.

Charlotte y Kevin vienen hacia mí esperando que les contase lo que había hablado con Michael.

-Nos tienes en ascuas… - dice Charlotte.
-No ha pasado nada del otro mundo. Me preguntó cuántos años tenía, qué iba a estudiar, lo típico. – digo lo básico, para que no anden preguntando más, ni haciéndose ilusiones. Y mucho menos para que me contagien sus ilusiones.
-Vaya, creíamos que tenía algún interés. – comenta desilusionado Kevin.
-No. Pero no pasa nada. ¿Volvemos a clase? – cambio de tema.

Aquella tarde después del instituto, me dediqué a adelantar temario de varias asignaturas para seguir manteniendo mis matrículas de honor. Las necesitaba si quería conseguir una beca para estudiar en la universidad, ya que mi familia no era tan adinerada. La verdad es que siempre saqué buenas notas, no resultaba difícil para mí, simplemente me gustaba leer y leer y así poder absorber más conocimiento.
Lo que resultó un poco contradictorio para mí aquella tarde, fue que mis pensamientos volasen hacia la figura de Michael Stanford. Aquel maravilloso hombre me había dejado completamente alucinada, solamente con su mirada podía hacer que me estremeciera, que los latidos de mi corazón de acelerasen, que sintiera nervios en mi estómago, o lo que algunas llamarían tener mariposas pero… -¡es imposible tener un flechazo! Piensó loca mente.- no podía permitirme gastar más tiempo en él, además a pesar de su comentario sobre volver a vernos, estaba segura que no se produciría.