El viernes llegó inusualmente pronto y Charlotte, como siempre, se
volvía loca antes de salir de clase. Justo antes de sonar el timbre que
significaba la conclusión de clases y el comienzo del fin de semana, el
profesor Sprout me llamó a su mesa.
-¿Sí, profesor? – pregunto intrigada.
-Laura, verás. El director Matthews me ha pedido que vayas a su
despacho, tiene que hablar contigo. – dice rápidamente.
-¿Para qué? – digo en un tono de voz sorprendida y a la vez asustada.
-No es malo, Laura, de hecho es algo sobre un trabajo. Ve antes de
salir, por favor.
¿Qué demonios había hecho yo? Nunca me han llamado del despacho del
director salvo para darme algún diploma o para decirme que tengo unas notas
brillantes. Pero no sé a qué venía esto a mitad de semestre. Voy caminando
pensativa mientras el resto de estudiantes salen jubilosos del instituto.
¡Quiero ir con ellos!
-¿Director? ¿Qué quería? – pregunto al entrar mientras cierro la
puerta.
De pronto, veo que no está solo. No me había percatado de que sentado
en una silla delante de su mesa estaba Michael Stanford. El calor comenzó a
inundarme, pensé que no lo volvería a ver jamás. Él me miró sonriente, cosa que
terminó por desarmarme completamente.
-Laura, siéntate, por favor. Espero que no te hayas asustado por mi
llamada. De hecho, yo soy sólo un simple mediador, quien realmente quería
hablar contigo es el señor Stanford. – dice jovialmente.
-Sí, así es señorita Stevens. – comenta Michael mientras cruza las
piernas.
-Así pues, si me disculpan, he de marcharme. Tengo un asunto pendiente
con el conserje. Pueden hablar aquí el tiempo que deseen.
-Gracias, Matthews. – dice Michael.
El director Matthews se va como haciendo reverencias, cosa que hace que
me ría un poco.
-¿De qué te ríes, Laura? – pregunta Michael.
-Del efecto que causas en la gente, es increíble que todos te veneren.
-No creo que me veneren, sólo saben que tengo dinero y la mayoría hacen
cualquier cosa por caerme bien, cosa que detesto. – espeta Michael.
-¿Detesta el director? – pregunto incrédula.
-No, no lo detesto, pero me gustaría que fuera más natural, como tú,
Laura. Me encanta cómo fuiste conmigo la primera y única vez que te vi. Nadie
jamás ha sido como tú. Todos simplemente a mí alrededor se han preocupado si me
faltaba café, si estaba cómodo, si necesitaba algo… pero tú me hablaste como
una persona normal, como si te diera igual todo lo que poseo. – se explica.
-Realmente me da igual lo que poseas, el dinero no es importante para
mí. Hablaría igual contigo si no tuvieras nada. Lo que realmente importa es lo
que tenemos dentro de nosotros mismos.- murmuro cariñosamente.
Michael pone los ojos tan grandes como platos al escuchar lo que acabo
de decir. ¿Está estupefacto? ¿Sorprendido? ¿Es dicho algo malo? Sinceramente no
sé lo que siente, creo que su cara denota varios pensamientos ahora mismo.
-Jamás había escuchado a una chica tan joven decir eso, me…reconforta
saber que alguien en el mundo piensa eso. – murmura muy sonriente.
-Debe ser porque no soy adinerada. Si no podría ser superficial,
jajaja. – me río sonoramente.
Entonces él me mira con sus ojos que parecen tornarse dulcemente, ¿o es
mi imaginación? Sea lo que sea hace que me retuerza en mi asiento
vergonzosamente.
-Tu risa es música para mis oídos. Es preciosa, hace que quiera reír yo
también. – comenta.
-Oh bueno, puede ser contagiosa o eso me han dicho, jajaja.
-Seguro que tendrás más virtudes. Aparte de la risa, tu fabulosa visión
del mundo, tus notas ¿qué más me puedes contar? – pregunta desconcertado,
llevándose su mano a la barbilla.
-Eee…. Creo que he venido por algo, ¿no es así? – respondo cambiando de
tema. Él me debía explicaciones primero de nuestra primera conversación.
-Vaya, ¿no quieres que sepa de ti? – pregunta levantando las cejas.
-Sí, pero si no recuerdo mal, aún me debes algunas respuestas sobre tu
vida. Así que si quieres saber las mías primero debes responderme tú.
-¡Jajaja! Eres desafiante, Laura, me gusta. – Dice riéndose, pero su
cara se vuelve seria en unos segundos – aunque volvamos al tema que me ha
traído aquí. Me gusta tu talento, tus notas son estupendas y tu personalidad me
intriga. Me sorprendes cada vez que hablo contigo y la verdad hay pocas
personas que consigan eso, por no decir nadie. Como me dijiste que querías ser
editora o escritora, quería ofrecerte un trabajo. Que trabajaras para mí.
Mi boca se hace una O y miro incrédula a aquel hombre tan perfecto.
¿Cómo puede ofrecer trabajo a una alumna de instituto? Habría millones de
personas que pudieran hacer el trabajo mejor que yo, ¿por qué yo? ¿Qué tengo de
especial?
-Señor Stanford, verá, hay muchísima gente mejor cualificada que yo que
prodría realizar el trabajo que usted quisiera. No sé por qué debería
conformarse conmigo. – respondo sinceramente.
-Laura, me desconciertas. La mayoría de la gente no habría dicho eso,
habría dicho ¡oh genial, encantada! Pero tú no, tú…dices que no te ves a la
altura. Realmente no creo que te infravalores tanto, creo que tú sabes que eres
buena aunque digas todo eso. – dice como si estuviera enfadado.
-Mike, yo sólo soy una alumna de instituto, ni siquiera voy a la
universidad aún. ¿Cómo podría estar al nivel de gente que tiene carrera?
-De verdad, Laura, de verdad te lo diré. He revisado algunos trabajos
que el director me prestó y, sinceramente, creo que tienes muchísimo talento.
Además de talento creo que eres…eres fantástica. No digo esto a mucha gente, de
verdad creéme, por favor. – dice con
unos ojos que verdaderamente hacen mella en mí creyéndolo.
-De acuerdo pero, ¿qué clase de trabajo quiere que realice?
-Quiero que seas una de mis asistentas. Tengo varias según lo que
necesite. Pero tú te encargarás de redactar todo lo que te mande hacer. Es
simple, sencillo y podrás adquirir experiencia para más adelante. Tendrás un
salario también, así que creo que no podrías pedir más, ¿o sí? Podría darte lo
que quisieras. – dice rogando.
-¿Qué más podría pedir? Es una oferta única. Si la acepto, sólo
trabajaría hasta que terminase el curso. Después me centraré solamente en la
universidad.
-Por supuesto, faltaría más. No quiero interferir en tus estudios. ¿Eso
es un sí? – pone los labios una fina línea esperando mi respuesta.
-Sí, sí, claro, ¿cuándo empezaría? – digo sonriente y llena de ilusión.
-Pues empezarías el lunes, aunque preferíría que vinieras mañana a
verme, comamos y te enseñe el contrato, para hacerlo formal todo, si te parece
bien.
-Desde luego, señor Stanford. ¿Cuál es la dirección?
-No te hará falta. Creo que todo el mundo conoce el edificio blanco y
plateado, de unas treinta plantas que está en el centro, ¿sabes cuál es?
-¿El edificio Vatimber?
-Exacto. Es todo mío, allí trabajamos. Así que te espero mañana por la
mañana. – dice mientras se levanta y abrocha uno de los botones de su chaqueta.
-Claro, encantada de verle de nuevo. – le tiendo una mano.
-Lo mismo digo, Laura. – me estrecha la mano.
Y ahí me quedé yo, mirándo como ese hermoso hombre abandonaba el
despacho dejando tras de sí lo que creía que era una sonrisa.
¿En serio me puede estar pasando
esto a mí? Un calor inmenso recorre mi cuerpo pensando que trabajaría para
ese hombre. Él me quería a mí trabajando con él, a nadie más. ¿Cómo puedo tener
tanta suerte?
Kevin y Charlotte estaban esperándome a la salida del instituto.
Estaban los dos charlando cuando aparecí.
-¿Qué pasaba contigo? – pregunta expectante Kevin.
-El director quería que fuer a su despacho. Y cuando fui vi que Michael
Stanford estaba allí. Dijo que quería que trabajase para él de redactora, así
podría coger experiencia. – expliqué por encima la gran charla que tuvimos.
-¿En serio? – Grita Charlotte - ¿Cómo te va a contratar si aún vas al
instituto? ¿Cómo puede ser?
-No sé, Charlotte, sólo quería darme una oportunidad. Había leído
algunos de mis trabajos y le parecí buena, sólo eso.
-Es increíble – murmura Kevin abriendo sus ojos – si quieres mi humilde
opinión, creo que no sólo te contrató por tu trabajo, creo que le gustas.
Mis mejillas comenzaron a enrojecerse. ¿Gustarle a Michael? ¿Es una
broma? Es un hombre tan perfecto que jamás se fijaría en alguien como yo.
-No digas tonterías, Kevin, ¿estamos locos? Creo que es lo más ridículo
que has dicho jamás. – digo zanjando su propuesta.
-Hombre, no lo veo tan loco, Laura, piénsalo. Estuvo hablando contigo
el día de su visita y hoy justamente quiere que sólo tú trabajes para él sin
tener experiencia, para nosotros es obvio. No sé por qué para ti no. – dice
Charlotte templadamente.
-¡Chicos! – Digo riéndome - ¿En serio me lo decís de verdad? ¡Es
multimillonario! Y yo soy sólo alumna de un instituto. Si no os entra en la
cabeza eso, no puedo hacer nada por vosotros.
Cogí y anduve a paso ligero sin importar si Kevin y Charlotte me
seguían. ¿En serio creían que me podía tragar esa idiotez? Por el amor de Dios, es tan obvio. Además ese
hombre seguramente tendría una novia de lo más espectacular. Yo no supondría
ninguna sorpresa para él, soy tan normal…
No sabía si contarle algo a mi familia sobre lo que había pasado.
Realmente no sé si todo esto era un sueño o realidad, además no sé cómo se lo
tomarían ya que aún no soy mayor de edad y realmente quiero hacer esto, sería
genial para mi experiencia. Mi padre no sabría si decir que sí o no, miraría a
mi madre para que ella respondiera y ella… ¡uf! Obviamente diría que no, que
interferiría en mis estudios, que soy muy joven y varias excusas más. Encima Kyle
se ha ido a su apartamento de universitario y no está este fin de semana para
apoyarme, sé que él me daría luz verde e intentaría convencer a mi madre viendo
el entusiasmo con el que se ha tomado la noticia de que uno de los Stanford
vaya a estar en la ciudad.
Así pues, después de cenar me fui a mi habitación a hacer deberes y
pensar también en qué ropa podría ponerme mañana… ¡Dios mío! ¡No tengo ropa
para trabajar en esa millonaria empresa! Se me cayeron los bolígrafos del
escalofrío que me entró por la médula espinal al pensar en la imagen que iba a
presentar mañana, no iba a estar a la altura jamás.
Me levanté y fui a la habitación de mi madre para ver qué podía
encontrar en su armario. Mi madre siempre fue delgada asique esperaba que me pudiera servir algo. Tenía vestidos,
faldas, chaquetas…la verdad es que no había visto a mi madre casi nunca con
esta ropa, siempre la he visto vestir sencilla pero toda esta ropa era
profesional, supuse que era de su antiguo empleo. Encontré una camisa color
turquesa de lino con botones que me agradó, la cogí junto con una chaqueta
negra que también me vendría de perlas.
Volví a mi habitación, puse la ropa que había escogido de mi madre en
una silla y rebusqué en mi armario unos pantalones vaqueros, mis preferidos, los
cuales me ponía siempre para salir con mis amigos o para algúna salida
importante. Definitivamente lo mío no eran los tacones, usaba todo tipo de
zapatillas, así que no podía elegir en eso ya que mi madre usaba un número más
grande de pie. Las converse negras fueron mi mejor opción.
Con todo preparado seguí haciendo mis tareas educativas, ésta vez sobre
bioquímica y la química del carbono. Realmente me gustaba y conseguí hacer los
ejercicios satisfactoriamente.
Una vez terminados los deberes me tumbé en la cama a pensar qué podría
depararme el día de mañana, ¿qué le iba a decir a mis padres? Necesitaría
alguna excusa para poder salir de casa cada tarde para trabajar. Decirle la
verdad estaba descartado por lo que ¿clases particulares?, ¿clases de baile?,
¿algún deporte a practicar? Me decanté por decirles que me habían contratado en
la biblioteca del instituto, nada de grandes empresas, así se quedarían
tranquilos.