jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 4



Charlotte no se podía creer lo que me había ocurrido, decía que era totalmente imposible que un hombre como Michael Stanford se interesase por mí. Por una parte pensaba que lo que Charlotte contaba era lo más plausible, pero por otro lado no quería creerlo porque ahora mismo me sentía como volando entre las nubes. Era totalmente excitante lo que había pasado e iba a aprovecharlo mientras durase.

Normalmente me dedicaba a leer libros en mi tiempo libre, pero dados los nuevos acontecimientos, me dispuse a familiarizarme con los objetos que Michael me había prestado.
No me había fijado siquiera en cómo eran hasta ahora al sacarlos de la bolsa. Un Iphone de última generación y un MacBook Pro. Creía que me iba a desmayar, ¿cuánto dinero tendría ahora mismo sobre mi cama? Más del que podía permitirme seguramente.
Encendí el Iphone y me llegó de repente un mensaje. ¿Quién podía ser? Nadie conoce mi número por ahora. Lo leí detenidamente: “Espero que sean de tu agrado el portatil y el teléfono. Como no sé aún tu correo electrónico espero que me facilites la dirección y así poder trabajar mejor. Cuando consigas entender el funcionamiento del ordenador mándame un e-mail a: MichaelStanford@yahoo.com.  Me encanta que hayas aceptado trabajar conmigo, es un auténtico placer. Espero impaciente al lunes”.



                                                        ********************                    



¿Espero impaciente al lunes? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Espera ansioso por trabajar o por verme a mí? Esto es de lo más desconcertante, no sé qué tiene en mente. A veces parece que está interesado en mi, se preocupa y demás, pero no sé, ¿no se da cuenta que soy una menor? A mí me gustaría estar con él pero por ahora es un poco imposible, no sé qué voy a hacer con este hombre y encima trabajando para él, ¿dónde me he metido?
Desde luego mi familia no podía enterarse y Charlotte seguramente no creería nada de lo que le contase, aparte de que empezaaría a calificarme como alguien no apta para Michael, cosa que me fastidia mucho aunque ciertas cosas sean verdad.
Estaba claro que una parte de mí no quería ver la realidad, quería vivir el momento y seguir en las nubes; pero por otro lado tenía que mantener los pies sobre la tierra y ser lo más racional posible con aquel maravilloso hombre.

Después de comerme un poco la cabeza, me dispuse a encender el portatil nuevo y crearme una cuenta de correo electrónico. Una vez hecho empecé a escribirle un correo a Michael.

Para: Michael Stanford
De: Laura Stevens
Asunto: Familiarizándome
“Buenas noches. Me dijiste que te mandase un e-mail confirmando que sé desenvolverme con este nuevo artilugio. Así pues, ya puedes estar tranquilo porque no ha explotado. Y menos mal porque, sinceramente, si algo tan caro como esto se estropease por mi culpa no sé qué haría. Por otro lado, también me alegro de trabajar con usted. No espero tan impaciente como usted el lunes porque tengo que ir a clase a hacer un examen de matemáticas, pero una vez lo acabe sí que tendré ganas de empezar con el nuevo trabajo. Un saludo”

Reeleí una y otra vez el mensaje pensando si alguna expresión se pusiera malentender pero me parecía de lo más inocente y amigable posible. Así pues, le di a enviar. Resoplé y me tumbé con el portatil en la cama pensando en que debía estudiar para el examen de pasado mañana. Pero de pronto sonó un nuevo correo en mi bandeja de entrada.

Para: Laura Stevens
De: Michael Stanford
Asunto: Buena chica
“Me alegro por fin de tener tu correo y que hayas aprendido a usar el ordenador. Si hubiera explotado el portatil no pasaría nada, te regalaría otro, el dinero no es problema. ¿Cómo llevas tu examen? Seguro que genial con lo que tú eres. Aún así deseo que llegue el lunes para que apruebes y vengas a trabajar. Un beso”.

¿Qué demonios ocurre? ¿Es que no puede dejar de decir estas cosas? No puedo alejarme de él si sigue en este plan. He sido todo lo amigable posible para no llevar a confusiones y aún así sigue en sus trece. ¿Qué puedo hacer?

Para: Michael Stanford
De: Laura Stevens
Asunto: Más regalos no, por favor
“El dinero para mí sí que es un problema, vengo de una familia humilde y no puedo permitirme estos lujos. Aparte no quiero que me regales nada más, con esto tengo más que suficiente y te lo agradezco pero no puedo aceptar nada más. El examen del lunes aún no he empezado a estudiarlo así que si me permites me pondré a ello, no quiero que mis notas bajen y no pueda conseguir una beca. Hasta el lunes”.

Pensé que lo mejor era no seguirle el juego y ser tajante. No podía permitirme el enamorarme de él, si es que ya no lo había hecho. De nuevo sonó otra vez un correo en la bandeja de entrada.

Para: Laura Stevens
De: Michael Stanford
Asunto: Suerte
“Perdona que te quite tiempo de estudiar, Laura, nada me gustaría más que consiguieras una beca. Si necesitas cualquier ayuda aquí estaré. Y, el dinero será un problema para ti, lo entiendo, pero a nadie que yo conozca nunca le faltará de nada, eso te lo aseguro. Un beso, hasta el lunes”.

Bueno, este e-mail no era tan impresionante como el otro pero aún así me sentía extraña. No cabía en mi cabeza que un hombre como él estuviera tan pendiente de mí. Nunca lo había estado ningún chico y, de repente, ¿viene este hombre deslumbrante a por mí? Parecía un chiste, así que me lo tomaría como tal.
Poco después me senté en la mesa y me dispuse a empezar a estudiar, ya que por primera vez había dejado aparcado un par de horas los estudios por algo que se escapaba de mi usual rutina.


* * * * * * * * * * * *

La luz se filtraba por la ventana de mi habitación, símbolo de que ya era hora de levantarse. Miré el despertador, eran las siete de la mañana y debía ir a clase. Todo el domingo anterior me lo pasé estudiando, de vez en cuando se me iban los pensamientos hacia Michael pero me dije a mí misma que debía concentrarme en mi examen. Me cepillé el pelo, me lavé los dientes y me puse unos vaqueros con una camisa básica azul.
Bajé a la cocina pero de pronto sonó el timbre. Sin duda era Charlotte por su forma de llamar. No había desayunado pero tenía que irme ya o si no llegaría tarde. Ya compraría algo en el instituto para comer.

El examen de matemáticas me salió realmente bien. Estaba un poco asustada porque no había estudiado todo lo posible debido a los acontecimientos vividos pero aún así creo que estaba aprobado con buena nota.
Kevin estaba al tanto de todo lo que me había pasado. Yo no se lo había contado pero Charlotte por su puesto que sí, era irremediable.

-¿De veras crees que es buena idea trabajar allí, Laura? – pregunta preocupado Kevin.
-Creo que sí, es una gran oportunidad para empezar a ampliar mi currículum y adentrarme en el mundo laboral. No es mi especialidad pero posiblemente estará bien. -  respondí cautelosamente.
-Estará bien, a menos que tu jefe no te acose, jajaja – rió Charlotte.
-¡Charlotte! No me acosa, simplemente podriá parecer interesado en mí.
-¿En serio? Creo que está jugando contigo, chica. – dijo despectivamente Charlotte.
-Cálmate, Charlotte, no hables así a Laura. Ella no tiene la culpa si un millonario está por ella. Claro que aún no sabemos nada, por lo cual deberás tener cuidado – comentó Kevin.
-Sí, sí tendré cuidado. A ver qué me depara hoy mi primer día de trabajo. – dije nerviosa.

Después de volver del instituto y comer, hice mi mochila para ir a trabajar. Metí el portatil y algunos libros que me pudieran ayudar con mis mandatos. Salí de casa y cogí mi precioso Mazda rojo para dirigirme a la oficina, realmente no era mío, ya que supuestamente era un regalo, pero no podía evitar sentirme feliz por tener mi primer coche. Sí, ya sé que no debería hablar de él como si fuera de mi propiedad.

De nuevo en el edificio Vatimber, todas esas chicas rubias estaban trabajando. Me hizo sentir especialmente diminuta ante tanta belleza. Realmente yo no me parezco en nada a aquellas mujeres tan exhuberantes y despampanantes, asíque empezó a crearme un complejo por mi imagen.
La segunda vez que entré al despacho de Michael hubo suerte y no me caí como la primera vez, pero algo no muy agradable de ver surgió ante mis ojos: Michael no estaba solo en su despacho, había una preciosa y despampanante mujer con él. ¿Qué demonios hace esa aquí? Dios mío, ¿no es obvio? Es su novia. ¿Cómo he podido pensar remotamente que yo podría interesarle? Qué estúpida he sido.

-Buenas tardes Michael. Señorita…- saludo con una sonrisa falsa entre mis labios.
-¡Ah Laura! Buenas tardes y bienvenida. Te presento a Kristen.- comenta Michael como si no pasara nada.
-Buenas tardes, Laura.- saluda Kristen amigablemente.
Era realmente guapa, delgada y alta. Sin duda la mujer perfecta. Cabello liso, dorado y con volumen con unas puntas onduladas, ojos verdes, grandes y joviales, nariz pequeña y recta, pómulos prominentes, con una tez brillante. Vestía un conjunto de chaqueta y falda realmente espléndido de color amarillo y negro, con un corte abstracto y moderno, y unos tacones negros y altos. Quería odiarla, pero al mismo tiempo podría venerarla, jamás había visto tal mujer, estaba claro que Michael sabía escoger a las mujeres, y yo era una tonta por pensar que podría haberle gustado. ¡Ilusa!

-Eh…voy a mi despacho a ponerme a trabajar, con permiso.- dije apresudaramente para no alargar más la incómoda situación, al menos para mí.
-Laura, te he dejado unas notas para que sepas lo que tienes que ir haciendo, ¿vale? Cualquier cosa ven a preguntarme.- dijo Michael en tono alegre.
-Sí, desde luego. Con permiso.- dije mientras cruzaba la puerta y la cerraba tras de mí.

No iba a pedirle ayuda de ninguna manera estando ahí esa mujer, quedaría como una tonta. Me las apañaría como fuera y saldría del paso como había hecho siempre, por algo tenía unas notas deslumbrantes.
Me senté en mi sitio y vi las notas de Michael: Un escrito de dos folios de una opinión sobre qué medidas adoptaría para mejorar la calidad educativa. Chupado. Y redactar con extenso vocabulario y expresiones técnicas un discurso sobre prevalecer el medio ambiente sobre las industrias. Chupado también. ¿Creía que no podría hacerlo y tendría dudas? Michael estaba equivocado. Le quedaría con la boca abierta, no sabe con quién ha topado.

Me puse enseguida a trabajar sobre la opinión de la calidad educativa. Llené la mesa de notas sobre ideas que me venían a la mente, aquello parecía que un tornado había arrasado la superficie de la mesa. Poco a poco fui terminando con la opinión cuando me dispuse a comenzar con el discurso, el cual un poco más dificil por su vocabulario técnico, pero conseguí acabar satisfactoriamente, al menos a mi parecer. Revisé los dos trabajados dos veces cada uno y me parecieron aceptables, Michael estaría de acuerdo, o eso suponía. Miré el reloj y eran casi las seis de la tarde, hora de salir.
No sabía cómo hacerlo, quería irme de alli sin tener que pasar por delante de ellos dos, pero no me apetecía poner buena cara y tener que pararme a explicarle cómo ha ido el trabajo. Desde luego si ella no estaba ya sería otra cosa, pero no tenía ni idea si aún permanecía allí. Por otro lado, satisfecha por mi trabajo me daba reparo darle lo que había escrito porque era el primero que le daría, ¿y si no era bueno? Me decepcionaría bastante y además me avergonzaría. Pero lo que estaba claro era que no podía quedarme allí toda la noche, asíque decidí abrir la puerta.
Miré y estaba vacío el despacho. ¿Se habían ido sin decir nada? Quizás fuera mejor, no me gustaría aguantar a Kristen y su perfecta sonrisa. Dejé mi trabajo sobre la mesa de Mike y me fui de allí.
Las chicas de la recepción de la planta 24 me sonrieron mientras esperaba al ascensor y fue cuando sentí una mano en mi brazo.
-Laura espera.- dijo Mike con tono suave y dulce.
-Ah, hola, ya…me iba. He dejado mi trabajo sobre tu mesa. – dije apresudaramente. Me había dado un salto el corazón verle así de repente.
-De acuerdo. ¿No quieres quedarte a verlo conmigo? – Preguntó sonriendo.
-Eh…no, la verdad tengo que irme a casa y hacer los deberes para mañana. Pero si surge algo que esté mal hazmelo saber y lo cambiaré, no hay problema. – dije tajante.
-Está bien, está bien, querría que te quedaras pero debes hacer tus cosas. Hasta mañana pues. – dijo como decepcionado.
-Buenas noches, Michael. – dije mientras me montaba en el ascensor.
En realidad me habría gustado quedarme con él a solas pero era alimentar una mentira hecha en mi cabeza porque él realmente no sentía nada por mí. Kristen sería su novia, o si no lo era estaría a punto de serlo y yo no quería involucrarme en nada de aquello, sólo hacer mi trabajo y sería más difícil si me dejaba sucumbir a sus encantos.
Quizás Michael fuera así, un hombre que desplegaba todos sus encantos para mantener a la gente a sus pies. Quizás lo hacía inconsciente o conscientemente pero realmente desprendía ese efecto sobre todos.

Al llegar a casa fui corriendo a hacer los deberes de Lengua y Biología y después bajé a cenar con mi padre y mi madre.
-¿Cómo fue tu primer día?  - Preguntó mi padre entusiasmado.
-Pues creo que bien. Me mandaron escribir dos trabajos y los terminé a tiempo, asíque bien. – dije sin parecer que importase mucho.
-Me alegro que así sea hija. – dijo mi madre sonriendo.

No tenían ni idea de lo que había pasado en aquel despacho, pero en verdad no tenía mucha importancia porque habían sido imaginaciones de chica adolescente, una chica como yo, estaba claro que aquel hombre no iba a estar interesado en mí pero me había hecho esa ilusión y me había salido mal, no estaba para ser del todo feliz la verdad.

La semana pasó tranquilamente, pareció ser varios lunes repetidos asíque estaba deseando que llegara el fin de semana para salir con Charlotte, Kevin y algunos amigos más.

-¿Vamos a Viper o Dragonfly? – preguntó Charlotte.
-Creo que prefiero Dragonfly. ¿Y tú, Laura? – dijo Kevin.
-En realidad me da igual, las dos me gustan. – comenté distraída.
-Vale, iremos a Dragonfly. Tommy, Scott y Chelsea estarán allí también. – aclaró Charlotte, quien ya pensaba en qué ponerse.
-Yo llevaré lo de siempre.- dije mientras volvíamos a casa.
-¿En serio? Venga Laura, arréglate un poco. Vente a mi casa y veremos qué te queda mejor, ¿vale? – dijo Charlotte, a quien le encantaba ser la hada madrina de todos, sobre todo si tenía que ver con el estilismo.

Después de comer y relajarme un poco fui a casa de Charlotte para una de sus obras maestras, como cada fin de semana hacía conmigo, o casi todos.

-Creo que esta falda con este top te quedaría genial, además con unos zapatos que te sacaré ahora estarías fabulosa. – dijo alegremente Charlotte.
-No sé… ¿no es enseñar mucho? – pregunté como negándome.
-Qué va, Laura, vamos a ir a una discoteca, pasarlo bien, ¿qué más da lo que digan los demás? ¡Ah! Acabo de recordar que tengo un vestido azul perfecto para ti, espera.
-¿Tú qué te pondrás, Char? – pregunté intrigada.
-El vestido que ves en la silla, ¡el rojo!

Charlotte nunca reparaba en gastos y desde luego aquel vestido era de un famoso diseñador, Channel. Era precioso y a ella le quedaría aún más precioso. Charlotte tenía esa agilidad para andar con tacones, mover cadera, echar el pelo hacia atrás que yo nunca he conseguido hacer, asíque ella sería la reina de la noche, como cada fin de semana.

Una vez arregladas, yo con mi vestido azul de Armani el cual era corto, ceñido y escotado, fuimos en taxi a Dragonfly.
Allí estaban ya los demás, también bien arreglados. Realmente nosotras teníamos vestidos de diseñadores pero eran modelos de fiesta de discoteca, no de boda ni nada parecido.

Dragonfly estaba a rebosar aunque no tanto como para poder asfixiarte allí dentro. Tommy y Scott sacaron una petaca y se dispusieron a beber alcohol a escondidas, ya que al ser menores de edad no podíamos hacerlo.
Los demás nos fuimos a la barra a pedir unos refrescos, pero Charlotte conocía al camarero y le pidió que echase en nuestros refrescos algo de whiskey.
Nunca había problado el alcohol, y aquello estaba malísimo, pero tras haber bebido un par de copas ya sabía mejor.
Estuvimos bailando muchísimo y empezaba a pasármelo genial cuando vi a Charlotte besándose con un hombre.

-¿Qué demonios hace Charlotte?  - grité al oído de Kevin señalando a Charlotte.
-Ah, ya sabes como es, le gustan mayores, no te preocupes. – dijo Kevin intentando tranquilizarme.

Charlotte había estado liándose con varios chicos desde los 12 años, pero aquello con ese hombre no me parecía buena idea. Ella misma veía lo mío con Michael mal asíque lo suyo con ese no debería ser distinto. Bueno, lo mío con Michael, aquello que nunca fue. ¡Qué idiota por pensarlo!

Pasadas un par de horas ya empezaba a encontrarme un poco descontrolada asíque dejé de beber y me senté a hablar con Scott mientras los demás seguían bailando.
-¿Te lo pasas bien?  - pregunté a Scott.
-Claro que sí, es genial. Oye, ¿sabes si Chelsea está saliendo con alguien?
-¿Te gusta Chelsea?
-Sí bueno, no digas nada…es que quería asegurarme antes de lanzarme, ya sabes. – se ruborizó Scott.
-Jajaja, pues por lo que sé está soltera asíque puedes lanzarte todo lo que quieras. – dije sonriente.
-Gracias Laura, muchas gracias, ahora estoy convencido. – dijo mientras me abrazaba.

Al cabo de un rato volví a la barra para pedirme un refresco porque ya hacía bastante calor allí dentro y necesitaba algo frío, así que le pedí al camarero una coca-cola. De pronto sentí una mano en mi cintura y giré mi cabeza para ver quién era.
-¿Qué haces aquí? – pregunté incrédula a Michael.
-Te he visto y he venido a saludarte. – dijo un poco malhumorado y parecía un tanto bebido.
-Ah, pues, hola, jaja, ¿cuándo has llegado?
-Hará un par de horas o así, ¿y tú?
-Pues sí, también por ahí, vine con unos amigos. – dije señalando a la zona donde estaban mis amigos.
-Ya, os he visto. También te vi con ese chico rubio hablando y abrazándote. – dijo Mike apretando la mandíbula.
-Es Scott, un amigo del instituto, es majo, ¿quieres conocer a mis amigos?
-No, gracias, quiero pasar desapercibido. ¿Vienes a mi zona VIP?
-Eh… no sé, debería quedarme con ellos, no sabrán donde estoy. – dije explicándome.
-Vamos, no pasa nada, le podemos mandar un mensaje al móvil.
-¿Estás sólo tú?
-Sí bueno, había venido con alguien pero ya estoy solo.
-De acuerdo, vale.

No me hacía gracia que hubiera estado con “alguien” y ahora viniera a que yo le hiciera compañía.

La zona Vip era genial, con sillones modernos y mullidos, mesas, cortinas…una gran decoración.
Nos sentamos en un sofá rojo muy mullido en el cual también podías tumbarte.

-¿Quieres champán? – preguntó Michael.
-No puedo beber, soy menor.
-Eso no te ha impedido beber esta noche, ¿verdad? – dijo Mike levantando una ceja.
-¿Cómo lo sabes? – pregunté intrigada.
-Conozco a todo el personal de aquí, sé muchas cosas.
-Pues no, no me apetece beber más, aunque tampoco he probado el champán. – dije malhumorada porque sabía que había bebido.
-Tómate una y pruébalo, es el más caro de aquí.

Me echó una copa y nos tubamos en el sofá. Era muy cómodo y olía como a flores ¿Estaría relleno de flores? No creo.

-Bueno y… ¿qué te ha parecido mi primera semana en tu empresa? – pregunté.
-Pues como había supuesto me has vuelto a impresionar. Tienes una visión muy realista, sensata y verdadera de todo lo que escribes, captas muy bien la noticia, los artículos…y los plasmas en papel como una artista, estoy muy contento contigo, la verdad. – me explicó Mike con la mirada fija en mí.
-Vaya…no creía que dijeras tantas cosas buenas, pero me alegro que te guste mi trabajo.
-No sólo me gusta tu trabajo, también tú…eres un enigma para mí y me gusta como te comunicas conmigo aunque esta semana apenas hayas dirigido palabras conmigo.
-Ya bueno, en verdad sólo estoy tres horas y prácticamente las gasto en hacer mi trabajo por lo que no tengo mucho tiempo para entablar conversaciones ni contigo ni con la gente del trabajo. – me excusé. Sabía que le había estado evitando, pero esperaba que no supiera que era porque estaba enfadada por la situación con Kristen, aunque no debía afectarme puesto que él no debería significar nada para mí.
-Si por mi fuera estarías la jornada completa en mi despacho, señorita, pero te quitaría tus estudios y no creo que quieras eso, pero si por mí fuera…estarías todo el tiempo conmigo. – me dijo con una voz sexy.
¿Por qué vuelve a hacer eso? ¿Por qué despliega sus encantos y yo me desvivo por ellos?
-Supongo que no podría estar todo el tiempo contigo, tendrás cosas mejores que hacer y personas más importantes con las que estar, ¿no? Familia, amigos, Kristen…- y dejé caer la pesada carga que caía en mi mente.
-En realidad no, no hay gente muy importante en mi vida, pero tú te haces hueco en ella.
-Quizás debería irme ya con mis amigos…
-¿Te quieres ir con Scott? – Me espetó.
-¿Cómo? – levanté las cejas incredula.
-¿Me dejas por ese tal Scott?
-¿Dejarte? ¿Qué…qué estás hablando? – me incorporé sin poder creer lo que me estaba diciendo. ¿Qué demonios pasaba?
-¿Te gusta Scott? ¿Te gustó abrazarle? Seguro que sí.
-¿Qué estás diciendo? No sé qué te está pasando por la cabeza pero no te entiendo en absoluto, creo que será mejor que me vaya.
En cuando me moví para irme, Michael me cogió del brazo.
-Laura, no te vayas…no te vayas con él.
-¡No sé qué te pasa! ¡Si no quieres que me vaya con él no te vayas tú con Kristen! – le grité como último recurso. Ya me daba igual que fuera Michael Stanford, el príncipe de Arabia Saudí o que perdiera mi trabajo.
-¿Cómo…? ¿Qué? ¿Kristen? Ella no…ella no es quien tú crees.
-¿Ah no? Se te veía feliz con ella… si eres tan feliz ¿por qué vienes aquí a decirme estas cosas?
-Yo no soy feliz, Laura, no al menos hasta que te conocí. Podía tener todo lo que quisiera pero había algo que no conseguía, y era a alguien que viera en mí a una persona normal.
-Pues yo te veo igual de normal que cualquier otro.
-Lo sé y por eso empecé a ser feliz por, tenerte a mi lado es otro poco de felicidad que absorbo de ti. Sé que me ves como alguien normal, aunque no lo sea, y no es por ser millonario sino por cosas que me han sucedido en la vida, pero por encima de eso sin conocerme me ves normal y me gusta.
-¿Y? ¿Qué tiene que ver eso con Scott? ¿Por qué todo este revuelo?
-Me cuesta decirlo porque no sé si está bien, eres menor de edad pero…me gustas.
-¿Eh? Espera, ¿qué? ¿Gustarte? ¿De qué manera? ¿Cómo hermana, amiga...?
-Algo más complejo que eso, me gustas como mujer, como la preciosa mujer que eres. – por fin concluye Mike.

miércoles, 16 de abril de 2014

Capítulo 3



El despertador sonó a las ocho de la mañana. Abrí los ojos con lentitud deseando quedarme en la cama calentita bajo las sábanas, pero me esperaba mi trabajo, mi primer trabajo. Miré por la ventana y ¡oh!, ¡estaba nevando! Sonreí. Me encantaba la nieve.
Me levanté y lo primero que vi fue una especie de nido de pájaros en mi cabeza, mi pelo era devastador, ¿qué haré con él, dios mío? Me fui al baño a tomar una ducha cuanto antes para deshacer ese estropicio. Media hora después volví a la habitación para vestirme y poder maquillarme un poco. Sí, ya sé que no era una de mis características pero, ¿es por mi trabajo, vale? Además sólo era un poco de maquillaje, una raya en los ojos y colorete. Lista.

Bajé a la cocina y mis padres se quedaron con cara sorprendida por mi atuendo.

-Hija, ¿Por qué te vistes así? – dice mi madre con los ojos muy abiertos.
-No lo conté ayer pero me han contratado en la biblioteca del instituto, ya sabéis, para trabajar allí. – contesto esperando sus reacciones.
-Oh, me parece genial, hija, adentrándote en el mundo laboral. – dice mi padre volviendo su mirada al periódico.
-Laura, ¿no interferirá en tus estudios, verdad? – dice mi madre con gran preocupación.
-Qué va, mamá, está todo controlado. Iré por las tardes y nada más, además me darán un salario y todo, podré adquirir experiencia.
-Bueno, espero que sea así, ¿tortitas y bacon? – dice mi madre sonriente. ¡Uf! Prueba superada pienso.

El centro de la ciudad se encontraba más o menos a media hora andando, pero con la nieve iba a tardar mucho más por lo que decidí coger el autobús. Mientras contemplaba la ciudad cubierta de nieve, a medida que pasaban los minutos, iba poniéndome más nerviosa, era inevitable.

Al bajarme en la parada del centro, vislumbré el gran edificio Vatimber, era majestuoso. ¿Realmente todo era suyo?  Agité mi cabeza para que esos pensamientos se me borrasen de la mente. Respiré hondo y entré por una puerta de cristal.

Mis ojos se abrieron completamente al ver aquella recepción tan impresionante de última generación. El suelo y las paredes combinaban el blanco y plateado pero los muebles y artilugios eran negros. Estaba sobre una gran alfombra con un dibujo abstracto en blanco y negro. Levanté la cabeza y vi a la derecha una gran pantalla de plasma que ponía varias imagénes repetitivas. También había varios sillones de cuero negro y una pequeña mesa de cristal sobre la que reposaban revistas. A la izquierda estaba el mostrador de recepción. Dos chicas, una rubia y la otra pelirroja llevaban unos auriculares con micrófono y no paraban de hablar por él, atendiendo llamadas diría yo.  No me había percatado aún que a ambos lados había dos guardias muy altos y fornidos, los cuales no se movían de su sitio.

Cuando por fin pude mandar una señal de mi cerebro a mis músculos, comencé a andar y me dirigí a recepción. La chica rubia me sonrió.

-¿Qué desea?
-Hola, ee… quería ver al señor Stanford, Michael Stanford, creo que tengo una cita con él. – dije en voz baja.
-¿Cuál es su nombre, por favor?
-Laura. Laura Stevens.
-¡Oh si! Tiene una cita señorita Stevens. El mismo señor Stanford me pidió que en cuanto llegase la enviase a su despacho. Planta 24. El ascensor está al fondo a la derecha. – vuelve a sonreír.
-Muchas gracias.

Me giré y me dirigí al ascensor. Estaba abrumada por la inmensidad de este edifcio y la profesionalidad de los trabajadores que no sabía si encajaría aquí.
Después de coger el ascensor, en la planta 24, creía haber vuelto atrás. Era blanca, plateada y con muebles negros, aunque poseía varias macetas para hacerlo más acogedora.
De nuevo había otra recepción con dos chicas rubias, igual vestidas con los mismos auriculares.

-¿Qué desea?
-Hola, soy Laura Stevens, vengo a la cita con el señor Stanford.
-Desde luego, señorita Stevens, pasé al fondo, es la puerta roja.

De nuevo me encamino por el pasillo largo que tiene muchas puertas a los lados, otros despachos parece que son. Conforme me voy acercando respiro más hondo intentando parecer tranquila, pero dudo que lo pueda conseguir. Me quitó el abrigo y lo pongo bajo el brazo, junto con un maletín que había llevado por si acaso para tomar notas.
Llamo y abro la puerta. Aquel despacho no era como el resto del edifcio. El suelo era de madera, las paredes eran de color crema. Al fondo había un escritorio de cristal con un ordenador de última generación. A la derecha, de nuevo había una gran televisión con varios sillones de cuero blanco y una pequeña mesita de cristal. Y a la izquierda había una mesa redonda con sillas para diez personas. Aquel despacho era inmenso, y luminoso, ya que toda la pared del fondo era una cristalera completamente.

Michael estaba allí sentado hablando por teléfono. Pero cuando me vió entrar colgó inmediatamente, se levantó y se abrochó un botón de su chaqueta. Llevaba esta vez un traje de chaqueta azul marino, camisa azul cielo y la corbata a juego con el traje, sencillamente estaba espléndido. Cerré la puerta tras de mí, me dispuse a andar hacia el escritorio pero de pronto se me cayó el abrigo y el maletín. Se había quedado enganchado el abrigo en la puerta y, evidentemente, no podía avanzar con él. Me quedé horrorizada por mi entrada, mi cara se puso como un tomate, pero entonces, aparece a mi lado Michael agachándose echándome una mano. Le miré y tragué saliva instintivamente.

-¿Estás bien, Laura? Casi te caes, espero que no te hayas hecho daño. – dice preocupado.
-Si, sí, lo siento. Ha sido culpa mía, soy una patosa. Lo siento señor Stanford, no volverá a pasar. – digo rapidamente sin pensar. Entonces me dí cuenta que sus ojos eran de un azul cielo increíblemente precioso. Nunca había visto unos ojos de un color tan intenso.

-No te disculpes, Laura, estas cosas suelen ocurrir, no tienes que pedir perdón por ello. Pero me gustaría que en un futuro, a partir de ahora, tuvieras más cuidado, no quiero que te pase nada. – dice sonriente pero con tono autoritario.
-Desde luego, señor, tendré cuidado.
-Mientras estés conmigo a solas me puedes llamar Michael o Mike ya lo sabes. Delante de los demás puedes llamarme como quieras, quizás suene más profesional lo de señor si quieres, como te plazca. – me guiña un ojo.

¡Dios mío mantente consciente! Te ha guiñado un ojo, uf…respira…

-Sí, Michael. – digo entrecortadamente. Aparte de sus ojos me había dado cuenta que olía a dioses, me encantaba, me envolvía completamente y sólo quería mantenerme cerca de él para poseer su aroma.

Los dos nos levantamos y nos sentamos en los sillones donde estaba la televisión.

-¿Quieres beber o comer algo? – me ofrece.
-Eh, no, acabo de desayunar, gracias.
-Mis asistentes no te lo han ofrecido, ¿verdad?
-Pues no, creo que no. – intento recordar rapidamente.
-Vaya, les tendré que hablar seriamente.
-Oh, no te preocupes, estoy bien.
-Si, pero me gusta ser correcto con mis visitantes, y más si son importantes como tú. – me sonríe.

¡Dios, qué tortura, quiero abrazar a este hombre! Es perfecto.

-Bien, comencemos. Aquí tienes el contrato laboral del que te hablé. Espero que te parezca razonable y sea de tu gusto.
-No entiendo casi nada sobre contratos, pero espero que no me times. – digo de broma.
-Oh, señorita Stevens, nunca te haría semejante cosa. – Me dice dulcemente – te ayudaré a entenderlo. Verás, básicamente es un contrato hasta final de curso. Trabajarás de lunes a viernes por las tardes de tres a seis. Los fines de semana en principio los tendrás libres excepto a petición mía si te necesito, ¿de acuerdo?
-Sí, de acuerdo.
-Bien. Te pagaré dos mil dólares al mes o quinientos dólares a la semana, como te venga mejor cobrar.
-¡¡Dos mil dólares!! ¿Tanto dinero? Si sólo sería como una becaria. – digo casi con voz chillona.
-Laura, he de decirte que soy un hombre inmensamente rico, no tienes que preocuparte por tu salario, quiero pagarte bien. – dice en tono tranquilizador.
-Aún así me parece muchísimo, no sé si podría aceptar tanto.
-Tienes que aceptarlo si trabajas para mi, Laura. Por favor. – dice suplicante.
-De acuerdo, sí.
-Genial. – Sonríe- El trabajo ya lo irás aprendiendo, pero básicamente es lo que te dije, redactar y enviar informes. Quizás te pida alguna cosa más, pero si te pido algo que no sea lo pactado yo te ayudaré para que aprendas.
-Entiendo, sí, razonable. –digo asintiendo.
-Y bueno, quiero hacerte entrega de unas llaves de un coche. Tendrás coche de empresa.

Mi boca se abre en una O. No puede ser, ¿un coche? ¿Qué demonios está pasando? ¿No es eso demasiado? Bueno, nunca he trabajado para nadie, no sé si es demasiado o no pero ¿para mí? Oh si, es demasiado.

-Eso sí que no puedo aceptarlo, señor…Michael.
-Debes hacerlo. ¿Has visto el tiempo que hace hoy? ¿Cómo has venido hasta aquí?
-En autobús. – respondo.
-¿Ves? Necesito que tengas tu propio transporte y no dependas de nada. No quiero que llegues tarde.
-Hoy no he llegado tarde. – contesto.
-Ya, pero los transportes urbanos tardan más que teniendo tu propio vehículo. Puedes cogerlo a la hora que quieras.
-No sé Michael, me parece demasiado… - dudo completamente.
-Vamos Laura, por favor, hazlo por mí. No quiero que…no quiero que mis empleados no estén bien atendidos. Por favor. – recalca.
-Está bien, pero no pienso aceptar nada más y esto es sólo un préstamo. – accedo no de muy buena gana.
-¡Bien! Aunque…te tengo que dar un teléfono de empresa, ya sabes, por si tengo que comunicarme contigo para que me soluciones algunos asuntos y un portatil, por si no puedes venir aquí que me lo puedas hacer desde donde estés.

¿Será posible? ¿Cómo voy a llevar todo eso a casa? ¿Qué dirán mis padres si lo ven?

-Sí, de acuerdo, pero por favor, deje de darme cosas, señor…Michael. Sinceramente creo que esto es demasiado para mí. De por sí el trabajo ya lo es. Me siento muy afortunada por haberlo conseguido, pero todos estos suplementos…creo que son demasiado para mí, de verdad.
-Sé que piensas eso, Laura, pero necesito tener a mis empleados a cualquier hora del día para cualquier problema, eso es todo. – comenta con autoridad. No me atrevo a decirle que no a esto por ser sus condiciones de trabajo, pero no pienso acceder a nada más que sea tan escandaloso.
-Lo entiendo, sí, firmaré.
-Bien, aquí tienes.

Firmo con su bolígrafo en los papeles, miro la hora y me voy cuenta que han pasado casi dos horas desde que llegué. ¿Tan rápido se me pasa el tiempo junto a este hombre?

-Laura, tu despacho está por aquí. – me señala hacia la parte izquierda del despacho. Al lado de la mesa redonda con las diez sillas hay una puerta de madera. Pasamos a través de ella y vemos otro despacho, no tan grande como el suyo, pero también perfectamente amueblado. De nuevo el suelo es de madera, las paredes son de color salmón, y la cristalera del fondo sigue permitiendo la entrada de muchísima luminosidad. A ambos lados hay estanterías de roble oscuras, una mesa con un ordenador y dos sillas en frente para que se sienten las visitas. Aunque también hay un par de sillones al fondo con unas revistas para esperar o descansar.

-¡Guau! ¡Esto es de primera! – digo impresionada.
-¿Te gusta?
-Sí, por supuesto que sí, me encanta. Me esperaba un cubículo o un pequeño armario sin ventanas, la verdad. – comento chistosa.
-¿Creías que te trataría tan mal? – dice arqueando las cejas, incrédulo.
-Oh, no, no, solo que me esperaba algo más modesto, más de mi posición.
-¿Más de tu posición?
-Sí, al no tener experiencia ni nada parecido creia que sera como el último eslabón de tu empresa. – digo sin dejar de mirar el despacho.
-Tú no eres el último eslabón, Laura, de hecho vas a ser mi mano derecha, así que te quiero muy cerca de mí. Eres mejor de lo que crees, te lo aseguro.

Sus cumplidos me derriten. ¿Cómo puede tener el poder este hombre de hacerme esto con sólo decir unas palabras? Es increíble. Me rindo ante él.

-¿Vamos a almorzar? Seguro que tienes hambre, además quiero que te alimentes bien. –sonríe.
-Claro, ¿a dónde vamos?
-Tú déjame que yo te lleve. – dice con una sonrisa pícara.

¿En serio es mi jefe? Cualquiera lo diría. Parece más un amigo de toda la vida por cómo nos hablamos. Es más no parece ni multimillonario de no ser por su pedazo de edifcio y sus… ¡oh! Sus coches… ¡Deben de ser carísimos! El garaje del edificio era inmenso pero tenía reservadas varias plazas a su nombre, en las cuales había varios coches también. Alzó la mano con unas llaves y un coche sonó junto con unas luces naranjas. Caminamos hacia él y veo que es un BMW X3. No parece caro pero seguro que lo es y más sabiendo que al lado había un Ferrari de color rojo.
Nos subimos al coche y me obliga a ponerme el cinturón de seguridad.

-Laura, por favor, nunca te olvides de ponértelo, ¿vale? No quiero que te pase nada.
-Descuida, siempre lo hago. – sonrío.

Arranca y me dejo llevar por él, ¿a dónde me llevará? Sólo la idea de depender de él en este momento, de saber qué me depara, me hace estremecer. Me encantaría ser un par de años más mayor y ser multimillonaria, sin duda me lanzaría sobre él. Aunque bueno, a pesar de tener dos años más y tener mucho más dinero, seguiría siendo un poco insegura conmigo misma sobre los chicos. Me gustan los chicos, sí, pero nunca he tenido ninguna relación larga, sólo un par de rollos con un par de ellos, nada serio. Supongo que aún no he encontrado al chico que me haga soñar con algo más, que me enamore y que sienta que soy especial.

Embobada en mis pensamientos no me doy cuenta que ya hemos llegado a nuestro destino. ¿Qué es esto?

-Bienvenida, es el Rivera, restaurante de comida española.
-¿Española? Nunca he comido  de eso. – digo intrigada.
-Te gustará, ven conmigo. – andamos mientras me coje de la cintura para que vaya a su lado. No puedo evitar sentir una descarga eléctrica por mi cuerpo cuando me ha tocado.

Al entrar veo que el suelo es mármol, hay una barra con taburetes a lo largo de la misma a la izquierda y a la derecha hay varias mesas con sillas. Nos acercamos a un atril de madera donde había un chico moreno, alto y delgado hablando por teléfono.

-Mesa para dos por favor, soy Michael Stanford. – suelta repentinamente Mike al chico, quien se queda pasmado y cualga inmediatamente el teléfono.
-Claro, señor Stanford, sígame. – dice el chico sonriendo aunque a la vez tembloroso.
 Caminamos tras él por todo el restaurante, pero vemos que nos lleva al final, donde hay una gran cortina con tiras de pedrería de color rojo muy bonita. Hay un salón privado con varias mesas. Ahí deben de comer las personas con más influencia.
El camarero nos señala una mesa y nos sentamos en ella. Estamos completamente solos en aquella sala. En el resto del restaurante había gente pero aquí nadie más que nosotros, cosa que me pone nerviosa y hace que mis mejillas se sonrojen. Estar sola con este hombre es estar en el paraíso.

-Póngame dos copas de vino de Theopetra Estate Rosé del 2011, por favor. – dice Michael.
-Los vinos de esa calidad sólo lo servimos en botella, tendría que comprarla entera. – dice el camarero.
-Sí, por supuesto, una botella por favor.

¿Una botella? Si yo no puedo beber, soy menor de edad aún.

-No sé si te has percatado pero, soy menor de edad, ¿para qué pides dos copas? – digo con curiosidad.
-Oh, no recordaba que tenías menos de 21 años, discúlpame Laura. Suelo comer con gente más mayor que yo y siempre pido vino, a veces cerveza y otras algún cocktail. Perdóname, ¿qué quieres beber?
-No pasa nada. Pues una Coca-cola estará bien.

Cuando el camarero vuelve con la botella de vino metida en un cubo de plata con hielo, Michael le pide mi Cocacola y la comida que vamos a comer.

-¿Por qué pides por mí? – espeto.
-Porque no conoces este lugar y sé lo que te puede gustar, o lo que es mejor de este lugar.
-Preferiría comprobarlo por mí misma, gracias.
-Como gustes, ¡camarero!

El camarero viene inmediatamente a nuestra mesa. Frunzo el ceño y miro la carta.

-La señorita quería pedir algo más. – dice Michael.
-Eh si, eh…quiero… ¿piquillos rellenos? Y eh…jamón ibérico. Muchas gracias.
-Enseguida lo traigo. – dice el camarero mientras se marcha.
-¿Sabes lo que has pedido? – dice sonriente Michael.
-Pues no, pero es bueno probar cosas nuevas, ¿no?
-Si, sí, desde luego. – y se ríe.
-¿De qué te ríes? – digo arrugando la frente.
-Eres distinta a los demás, ¿lo sabías? Estar contigo hace que me sienta relajado, ser yo mismo y eso no lo había conseguido con nadie, nunca. – dice mientras me coje la mano. Yo siento un escalofrío por toda la columna, empiezo a sudar y a sentir que la cara se pone roja.
-Eh, no, no lo sabía, pero seguramente sea porque me conoces poco, más adelante verás que soy de lo más normal, en serio. – respondo de la manera más natural posible.
-No, no lo creo, Laura. El día del discurso en el instituto, tu manera de hablar conmigo como si no te importase nada lo que yo fuera, fue algo extraordinario. No creía posible encontrar a alguien así. – me dice mientras agarra más fuerte mi mano sudorosa. ¡No puedo pensar con claridad!
-Bueno, si es lo que piensas, podremos ser buenos amigos. – le sonrío tímidamente.
-Sí, eh, sí, bueno amigos sería lo correcto. – murmura soltando mi mano. ¡No, la quiero de vuelta!

La comida que pedí era horrible, era muchísimo mejor la que Michael había pedido pero me la comí sin rechistar, ya que no quería que se regocijara sobre mi elección.
Michael se quedó el resto de la comida muy pensativo pero no le pregunté sobre ello ya que pensé que serían cosas del trabajo.

-Muy rico almuerzo señor Stanford. – digo alegremente.
-Oh, desde luego Laura, me ha gustado tu compañía, espero repetir. – sonríe.
-Sí, a mí también me ha gustado mucho, cuando quiera.
-Venga, te llevaré de vuelta al Vatimber. Te llevaría a casa pero he de darte tu nuevo coche.

¡Mi coche! No podía creerlo. Tenía carnet pero casi nunca cogía el coche de mi padre. Supongo que les diré a mis padres que era el coche viejo de Charlotte y me lo ha dejado a mí hasta final de curso.

De vuelta al edificio, aparcamos en el garaje. Michael me abrió la puerta del coche para salir, sacó unas llaves de su bolsillo, las presionó y un sonido rebotaba en las paredes.

-Éste es tu coche. Un Mazda 3 sedan. No sabía qué color escoger asique elegí el rojo, espero que te guste. – me tiende las llaves para que las coja.
-¿Bromeas? ¡Es perfecto! Jamás había tenido coche y mucho menos uno nuevo, ¡muchísimas gracias, Mike! – le digo abrazándolo.

Él se sorprendió que le abrazase pero me rodeó con sus brazos. En ese momento no me daba cuenta por la emoción del coche pero segundos después, sentí el calor de sus brazos contra mi cuerpo, era muy placentero, me sentía muy arropada. Comencé a ronsojarme y le solté mientras miraba al suelo avergonzada.

-Eh, bueno, debo volver a casa señor, nos veremos el lunes después de clase.
-Eso espero, Laura. Que tengas un buen fin de semana. – sonríe Michael tendiéndome la mano.
-Lo mismo digo, señor. – alargo la mano y se la estrecho. Los dos sonreímos pero me doy la vuelta rapidamente pensando ¿Qué demonios hago abrazándole? Debo de dejar de parecer una cría.

Me monto en el nuevo coche, salgo de allí dejando la figura de Michael Stanford en el garaje mirando como me alejo y vuelvo a casa. Esperaba que mis padres se tragasen que fuera el coche de Charlotte, aunque no era muy viejo que digamos.
Había parado de nevar por suerte porque no llevaba unas correas para los neumáticos y podía patinarme el coche. Aparqué delante de casa y recé para que mis padres no hicieran demasiadas preguntas.

-¡Hola a todos! – dije buscando a alguien.
-¡Hola Laura, estamos viendo una película! – dice mi padre.
-¿Qué veis?
-Pues hemos puesto Memorias de una Geisha, ¿te apetece verla? – pregunta mi madre.
-Oh, claro. Es una gran peli. - Digo tumbándome en el sofá – por cierto, Charlotte me ha dejado uno de sus coches antiguos, parece nuevo en realidad, pero le han comprado otro asique me lo deja hasta final de curso, por si me veis conducir y eso no os asusteis. – digo esperando una respuesta.
-¿En serio? Vaya, cada día me sorprendo más por el dinero que tienen los Sullivan. – comenta mi padre sin dejar de ver la película.

Mi madre no había dicho nada, simplemente se dedicó a ver la película. Realmente si le preocupase me lo habría dicho, asíque di por zanjado el asunto del coche que era lo más preocupante. Sobre el portatil y el móvil podría encargarme pasados unos días. Aún no sabría qué decir a eso pero probablemente diría que es un préstamo de Charlotte para un proyecto de final de curso. A todo esto debería llamar a Charlotte para contarle la mentira que dije a mis padres, por si ellos le preguntaban que no terminásemos en un lío.